Click sobre la imagen para volver a la Página Principal

Seguidores

viernes, 5 de febrero de 2010

Coolpa

Una niña pequeña llora desconsoladamente cada vez que en el Jardín no le dan lo que desea. No hace más que llorar, gritar y patalear sin descanso hasta obtener lo que desea, por lo general un juguete, un dulce o la atención de un adulto. Sus padres trabajan doble jornada y la ven despierta sólo algunos minutos al día. Probablemente los fines de semana ella se convierte en la reina de la casa. Seguro es que lo que desee los padres se lo dan, pero no es para hacerla feliz, sino para satisfacer sus propios intereses, para sanar su culpa.

En el mismo jardín, un niño corre velozmente y cae al suelo tras tropezarse. Junto a él hay otro niño que lo ve y cree ser el responsable de esa caída, pues piensa -y es probable- que se haya tropezado con su pie. El pequeño en el suelo es recogido por la educadora y llevado al baño a lavarse la cara y curarse una insignificante herida en el labio. El otro niño de menos de 4 años se queda atónito y mira por la ventana de la puerta hacia el baño. No sale de ese lugar a pesar de estar en una instancia de juego y diversión. No sigue jugando hasta ver a su compañerito regresar del baño sano y listo para seguir jugando ¿Qué mueve al niño a permanecer esperante en ese lugar? La culpa.

Al momento de la paz durante la misa del funeral de mi abuelita, una ex vecina que le debía dinero, se acerca a mi madre a saludarla afectivamente sabiendo que no es querida por la familia -no solo por su deuda- y creo que lo que la motiva a hacer eso es precisamente el sentimiento de no poder recompensar nunca su deuda. La culpa de no haberlo hecho antes.

Y es que la culpa es un sentimiento que lleva a actuar en muchos momentos de la vida.
Casi tan fuerte como el amor, casi tan fuerte como la rabia… es la culpa, motor de muchos actos.

1 comentario: