Siempre he sido enemigo de las entradas muy largas, por eso dividí este ensayo, que hice el año pasado para ayudar a una amiga, en 3 partes. Habla sobre la relación entre la literatura y los niños. Humildemente me parece que está bueno. Se llama “La literatura, reflejo de la vida del niño”. Ahí va…La literatura, reflejo de la vida del niño.
¿Qué niño no se ha dormido alguna vez con la voz de su padre o de su madre relatándole un cuento que garantice en él un descanso pleno y reparador? ¿Qué adulto no recuerda haber sido, por lo menos, testigo de esa situación, ya sea a través de su propia experiencia -como padre o como hijo- o de esa imagen en la televisión, en una película o, paradójicamente, en un cuento? Sin duda son muy pocas personas quienes podrían responder con una negativa a dichas preguntas. Y es que el niño y el cuento parecen estar íntimamente ligados en todos los aspectos posibles. Pero ¿es, realmente, tan válido considerar esa estrecha relación? En las siguientes líneas se intentará dar respuesta a esa interrogante considerando especialmente conceptos de “literatura” como el de R. Brooke, que la considera como tal si posee condiciones como
el placer del lector debido a la
manera de decirlo del autor; o como el de Francisco Ayala, quien la entiende como
expresión verbal de valores estéticos.El privilegio de la literatura, sin embargo, no siempre ha sido concedido para todo el mundo, sino que por mucho tiempo estuvo reservado para algunos (nobles, hombres, sacerdotes, etc.) de acuerdo a la situación de la Historia en que nos situemos. Unos de esos marginados han sido los, ya citados anteriormente, niños. Sabido es que sólo a mediados del siglo XVIII los niños se apropian de algunos libros que en un principio no habían sido destinados para ellos, y algunos años más tarde se publican libros hechos particularmente para ellos, la mayoría de estos con enseñanzas morales muy explícitas y de utilidad práctica para la vida.