De pronto vi al caballero que estaba
delante de mí. Sus ojos serenos, su atención centrada en el pequeño y su
sonrisa inconmovible en el rostro. Hasta le empezó a hacer gracias a este
angelito.
No pude enojarme.
Ese caballero, bastante mayor que yo, bastante más cansado
seguramente, había optado por permanecer tranquilo y sacar provecho de la
situación, de contemplar y disfrutar al niño. Yo en cambio -joven, con la
vida por hacer- me había enfrascado en un sentimiento de angustia e ira sin
ninguna razón de peso. En ese lugar sólo eran felices el viejo y el niño.
Los niños van. Los viejos vienen de vuelta.
Se dice que los mayores cada vez se parecen más a niños pequeños, puede ser el cierre del ciclo, no lo sé, pero en medio quedamos los de las prisas, los del cabreo, los de las preocupaciones por pequeñeces, ellos, niños y mayores, ven la vida de otra forma, ya están de vuelta y aún no han empezado. Un abrazo... por cierto.. ¿que tal el niño?
ResponderEliminarGracias por tus palabras, elsillondepapa. Por alguna razón acabo de ver este comentario.
EliminarEl niño era pequeño con esa cara de travieso que caracteriza a esos muchachos.
saludos!