Ayer salí de mi casa y llovía. Llevaba mi paraguas, mi chaqueta, mi mochila y en el bolsillo -como de costumbre- mi mp4. Lo sentí al meter mi mano en la cartera, pero algo sucedió al escuchar las gotas de lluvia sobre mi cabeza... Tuve que tomar una decisión: seguir escuchando esa anestésica música que oculta los verdaderos ruidos de la ciudad o arriesgarme al escándalo de las bocinas, murmullos, lluvia y crudos sonares desagradables, pero que son signo de la verdad.
No hago más que aventurarme en el camino de lo cierto, que genera dudas, que es frágil, pero que es la realidad: guardo mis audífonos y decido escuchar la canción más hermosa, la canción de la verdad. Y no es hermosa en sí misma, no es hermosa en su armonía musical, sus acordes acertados, sino en su sinceridad y autenticidad.
Y es que enfrentarse a la relidad siempre es un reto, siempre es más difícil y pudiera vivir la vida fingiendo otra vida de fantasía, pero ¿qué sentido tendría? ...probablemente ninguno.
Prefiero un ruido desagradable pero honesto, antes que una música que es morfina vital.
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