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jueves, 6 de febrero de 2014

ECHARSE DE MENOS

Tengo un gran problema con la actual permanente conectividad. Y es que día a día me entrega una falsa sensación de cercanía con la gente; me regala una ilusión que me hace no extrañar tanto a mis amigos. Sé de sus vidas, sé que se casaron, sé que tuvieron guagua, que murió su papá, que está haciendo la fila del banco, que le gusta comer sushi… y el etcétera es larguísimo. Sé todo lo que pasa en la vida de la persona que una vez que me lo encuentro en la calle preguntarle “¿cómo has estado?” resulta casi un acto de cinismo.

Lo más grave pasa cuando algún amigo viaja. Prepara su viaje con anticipación, se le hace alguna despedida, llora al marcharse, le da miedo, tiene dudas… todo lo que un viaje largo conlleva, pero sus amigos estamos acá en Chile sin alcanzar a notar que él está lejos debido a la excesiva conectividad que nos brindan las redes sociales. ¡Qué bonito era ver llegar a alguien después de meses de viaje y notar cuánto había crecido! ¡Qué fuerte y apretado era ese abrazo de reencuentro! Ahora, sin embargo, este amigo viaja lejos, pero sigue comunicado constantemente conmigo, publicando dónde está, qué comió, a quién conoció… Esa constante comunicación me hace sentir que está cerca, que no importa no poder abrazarlo o mirarlo a los ojos, porque de todas maneras conozco toda su vida, y hasta siento que soy parte de ésta.

¿Estaré exagerando al decir que esta conectividad exagerada nos puede llevar a perjudicar nuestras amistades y nuestras relaciones afectivas en la medida en que no seamos capaces de controlar esas ilusiones que nos entrega? Creo que hay un peligro en estar tan comunicados, porque para todo tipo de relaciones es importante echarse de menos, es importante necesitarse, darnos cuenta cuando el otro no está para poder valorarlo y desear su amistad.